La sidra, esa bebida refrescante y efervescente elaborada a partir de la fermentación del jugo de manzana, tiene una historia rica y fascinante que se remonta a miles de años. Desde sus orígenes en la antigüedad hasta su consolidación como un símbolo cultural en diversas regiones del mundo, la sidra ha acompañado a la humanidad en celebraciones, rituales y momentos cotidianos. A continuación, exploramos su evolución a través del tiempo.
Orígenes Antiguos: Los Primeros Pasos
Aunque no se puede precisar con exactitud el momento en que se elaboró la primera sidra, se sabe que las manzanas eran cultivadas desde tiempos prehistóricos en regiones como el Cáucaso y Asia Menor. Los egipcios y los griegos ya consumían bebidas fermentadas derivadas de frutas, y es probable que la sidra estuviera entre ellas. Sin embargo, los romanos fueron quienes perfeccionaron las técnicas de cultivo de manzanos y prensado de frutas, extendiendo su consumo por todo el Imperio.
En la Europa prerromana, especialmente entre los pueblos celtas, la sidra ya era una bebida apreciada. Los celtas, que habitaban regiones como la actual Francia, España y las Islas Británicas, tenían un profundo conocimiento de la fermentación y consideraban las manzanas un regalo de la naturaleza. La sidra no solo era una bebida, sino también un elemento ritual en ceremonias y festividades.
La Sidra en la Edad Media: Expansión y Tradición
Con la caída del Imperio Romano, el conocimiento sobre la elaboración de sidra se mantuvo vivo en los monasterios europeos, donde los monjes perfeccionaron las técnicas de fermentación y cultivo. Durante la Edad Media, la sidra se convirtió en una bebida esencial en muchas regiones, especialmente en el norte de Europa, donde el clima no era propicio para el cultivo de la vid y, por ende, para la producción de vino.
En el norte de España, particularmente en Asturias y el País Vasco, la sidra comenzó a consolidarse como una bebida emblemática. Los asturianos desarrollaron técnicas específicas para su elaboración, como el uso de manzanas autóctonas ácidas y el prensado manual, dando lugar a una sidra natural con un carácter único. En el País Vasco, la sidra se asoció con las “sagardotegis” (sidrerías), espacios donde se consumía directamente de los barriles acompañada de comida tradicional.
En Normandía y Bretaña, en Francia, la sidra también adquirió gran relevancia. Los normandos llevaron la bebida a Inglaterra tras la conquista de 1066, y pronto se convirtió en una bebida popular en las tabernas británicas. En esta época, la sidra era más segura para el consumo que el agua, ya que la fermentación eliminaba muchas bacterias, lo que la convirtió en una bebida cotidiana para todas las clases sociales.
La Sidra en la Era Moderna: Industrialización y Globalización
Con la llegada de la Revolución Industrial en el siglo XVIII, la producción de sidra comenzó a transformarse. La introducción de prensas hidráulicas y nuevas técnicas de fermentación permitió producir sidra en mayores cantidades y con mayor consistencia. Sin embargo, esta industrialización también trajo consigo una división: por un lado, la sidra artesanal, fiel a las tradiciones locales; por otro, la sidra comercial, más estandarizada y a menudo carbonatada artificialmente.
En el siglo XIX, la sidra cruzó el Atlántico con los colonos europeos, especialmente hacia América del Norte. En los Estados Unidos, la sidra (conocida como “hard cider” para distinguirla del jugo de manzana sin fermentar) fue una bebida muy popular durante la época colonial. Figuras como John Adams, segundo presidente de Estados Unidos, eran conocidos por consumir sidra diariamente, atribuyéndole propiedades saludables. Sin embargo, con la llegada de la Prohibición en los años 1920 y el auge de la cerveza, la sidra perdió protagonismo en Norteamérica.
En Europa, regiones como Asturias, el País Vasco, Normandía y el suroeste de Inglaterra (especialmente Somerset y Herefordshire) mantuvieron viva la tradición sidrera. En Asturias, por ejemplo, la sidra se convirtió en un símbolo cultural, con el característico “escanciado” (verter la sidra desde una altura para oxigenarla) como un arte en sí mismo. En Inglaterra, la sidra continuó siendo un pilar de la cultura rural, con festivales dedicados a su elaboración y consumo.
La Sidra en el Siglo XXI: Renacimiento y Diversidad
En las últimas décadas, la sidra ha experimentado un renacimiento global. En Estados Unidos, la “hard cider” ha regresado con fuerza, impulsada por una nueva generación de productores que combinan técnicas tradicionales con innovaciones modernas. Marcas como Angry Orchard y pequeñas sidrerías artesanales han popularizado la bebida entre los millennials y los amantes de las bebidas artesanales.
En Europa, la sidra sigue siendo un emblema cultural. En 2019, la Unesco declaró la cultura de la sidra asturiana como Patrimonio Cultural Inmaterial, reconociendo su importancia histórica y social. En el País Vasco, las sidrerías continúan atrayendo a locales y turistas, mientras que en Francia, la sidra normanda y bretona se mantiene como un acompañamiento clásico para crepes y platos regionales.
Además, la sidra ha diversificado su oferta. Hoy en día, existen sidras secas, dulces, espumosas, filtradas, sin filtrar e incluso aromatizadas con otras frutas o especias. Los productores experimentan con variedades de manzanas olvidadas y técnicas de envejecimiento en barricas, atrayendo a un público cada vez más amplio.
Conclusión
La sidra es mucho más que una bebida: es una expresión de la historia, la cultura y el ingenio humano. Desde los antiguos celtas hasta las modernas sidrerías artesanales, la sidra ha sabido adaptarse a los cambios sin perder su esencia. Ya sea en un “culín” asturiano, una copa normanda o una pinta inglesa, la sidra sigue brindando momentos de alegría y conexión con la tierra. Su historia, como su sabor, es compleja, refrescante y siempre invita a un sorbo más.
